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2 nov 2009

UN COCODRILO PERDIDO EN MOSCÚ.

El 7 de noviembre se celebraba en la Unión Soviética el triunfo de la Revolución Bolchevique contra el zarismo. Y en el año 1972, fui invitado a participar de los festejos por los 50 años de la fundación de KROKODIL (cocodrilo en español) revista satírica orientada por el propio Vladimir Ilich Lenin.
Lo curioso es la forma en que surgió el título: Como se sabe, el cocodrilo es un saurio tropical, de vida anfibia y bastante exótico para esas latitudes, pero en la visita que hice en ocasión del cincuentenario, me enteré que los humoristas gráficos y literarios reunidos en aquel encuentro de 1922, no daban pie con bola para lograr bautizar la publicación. Dicen que en ese momento, y como diría Fritz Suárez Silva, --no son mentiras mías--, uno de los redactores rezagados entró en el salón y fue tal el ambiente de preocupación existente que sólo dijo: --¡Eh! ¿Qué pasa aquí? ¡Parecen unos cocodrilos!--
Ese era precisamente el símbolo que buscaban. Algo que mordiera fuertemente los males que aquejaban al sistema y al enemigo, pero sobretodo que sus fuertes mandíbulas no soltaran fácilmente la presa. El color sería el rojo del proletariado.
La revista vendría a ocupar el centro gravitacional de otras tantas similares, --unas veinte--, a las que cada República le daría su perfil satírico-costumbrista y su nombre propio.
En esta imagen aparecen alrededor de Papá Krokodil, el resto de sus hermanos gemelos.

Aquella solemne fiesta de 1972, reunió no sólo a reconocidos autores soviéticos como el veterano Efimov o el inseparable trío de los Kukriniksy, sino también a grandes personalidades del humorismo mundial como el francés Jean Effel, el escritor finlandés Marti Larni y el norteamericano Anton Reflegier entre otros.
Como director de PALANTE intervine en los debates y a pesar de las felicitaciones y el ambiente fraternal, tuve que refutar un criterio bastante generalizado sobre el género del cómic al que llamaban despectivamente un arte imperialista. Mi respuesta no se hizo esperar, pues según nuestra propia experiencia cubana, en la lucha ideológica no se podía prescindir de ningún arma y en Cuba las historietas eran muy populares interviniendo en no pocas batallas contra los yanquis y nuestras propias deficiencias. Incluso, el proyecto C-Línea de Prensa Latina y sus “Anticomics” habían demostrado su eficacia en el resto de América Latina.
Ese debate quedó como una incidental en nuestras relaciones, procurando no empañarlas y respetándonos mutuamente... Por nuestra cuenta seguimos utilizando el género, por otro lado, nuestros vínculos de intercambio aumentaron. Algunos caricaturistas soviéticos nos visitaban con frecuencia. Tal es el caso de Andrei Krilov, quien asistió a la primera Bienal Internacional de Humorismo de San Antonio de los Baños en 1979.
Si para nosotros la representación gráfica del Caimán Verde era un símbolo; para los caricaturistas soviéticos el Krokodil Rojo, también representaba ese “látigo con cascabeles en la punta” al que se refirió Martí sobre el humorismo.
Consciente de ello, y a nombre de PALANTE me hice el propósito de obsequiarles algo verdaderamente íntimo a los colegas de la URSS; y un tiempo después comencé a gestionar un cocodrilo de verdad en una aventura que me llevó a contactar cenagueros de la península de Zapata, taxidermistas de la Academia de Ciencias, aduaneros y hasta fitosanitarios que autorizaran la salida legal del país a tan curioso viajero.
Por eso, cuando el caricaturista Krilov, regresó a Cuba por segunda vez, le hablé del proyecto y de lo adelantadas que estaban las gestiones en inmigración, incluyendo su envase, (una especie de féretro de alrededor de dos metros de largo) donde descansaba el sueño eterno ese robusto ejemplar de Cocodylus rhombifer.

El colega moscovita interesado por ver un juego de beisbol, fue conmigo al Estadio del Cerro y entre lanzamiento y lanzamiento se propuso servir de mensajero y trasladar el saurio debidamente embalado hacia la Unión Soviética. Sellamos el pacto con una pelota firmada por los caricaturistas cubanos.
Fuimos al aeropuerto no sólo a despedir a Krilov, sino para asegurarnos de que el “paquete” fuera subido a bordo sin novedad. El feliz portador se despidió de nosotros con un fuerte abrazo y el agradecimiento por obsequio tan valioso.
Para asegurar la operación hicimos contacto con el colega José Gabriel Gumá, por entonces corresponsal cubano en Moscú, quien se comprometió en ir al aeropuerto con un vehículo apropiado y ayudarnos con esa carga tan pesada. Lo asombroso fue que no pasaron muchas horas, cuando recibimos una llamada del propio Gumá, de lo más preocupado porque el animalito no había desembarcado ni como carga ni como pasajero.
Se había esfumado durante el viaje, por lo que la desaparición de un cocodrilo en pleno vuelo, dejaba de ser un encargo para convertirse en noticia de primera plana.
En ese momento el colega pensó más en la pérdida de credibilidad cubana que en el palo periodístico de un cocodrilo perdido y nada menos que en el aeropuerto de Moscú. Pero no perdió el tiempo ni la sangre fría, y en lugar de reportar el escamoteo, fue a la redacción del KROKODIL. Allí, en la mesa de reuniones, estirado cuan largo y rígido era, lo recibió el protagonista de fuga tan espectacular.
Ante la sorpresa del cubano, Krilov explicó lo ocurrido: --Pensé que para evitar los engorrosos trámites de declararlo como equipaje, aproveché la amistad que tenía con el piloto de Aeroflot, para que él lo incluyera entre sus objetos personales, por eso en cuanto aterrizamos una camioneta me aguardaba en la pista, y yo me llevé el reptil sin pasar por la aduana.
Aclarada la situación, el corresponsal de “Granma” se despidió, notando que el bicho le respondía el saludo mostrándole la enorme sonrisa de sus afilados colmillos, con la que contagió a todos los presentes, incluyendo al propio Gumá.

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