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20 ene 2013

EN POCAS PALABRAS


 EL TÍO DEL CUENTO
La Casa de las Américas celebra en estos días la 54º. edición de su “Premio Casa”, un puente cultural que se extiende a todo el continente dando a conocer lo que más vale y brilla en este medio siglo transcurrido. Con él comienzan las actividades en saludo al Centenario del guatemalteco Manuel Galich, quien resultara otro pilar de la institución.
Al frente de ella, como un Alma Máter extendiéndole sus brazos a todos estuvo siempre Haydée Santamaría, la heroína del Moncada, y así se ha mantenido hasta hoy: La Casa no es un símbolo frío de piedra o mármol, sino, a su imagen y semejanza, un organismo vivo y creciente.
Además, no es sólo el hogar y refugio de los escritores: La música, la danza, las Artes en general, hasta aquellas manifestaciones marginadas por la burguesía con el cartelito de arte menor o artesanía, han sido también sus beneficiarios.
Un buen ejemplo fue algo que me impactó en mis inicios como caricaturista: Corría el año 1963, América y Europa se vieron fundidos en un libro antológico editado por la institución.
Sus beneficiarios: El caricaturista francés Maurice Siné y uno de los intelectuales más prestigiosos de Argentina y del mundo, Don Ezequiel Martínez Estrada, así calificado en el prólogo por otro grande de las letras, el cubano Don Lisandro Otero.
Con casi 70 años en las costillas y 32 libros escritos en su haber hasta entonces, Don Ezequiel nos sorprendió según el prologuista: “…en esta obra con la cual debutaba en la especialidad de humorismo gráfico…” Sin embargo, el más bisoño de los tres, Siné—joven pobre y tipógrafo de París, --coincidiendo conmigo en la misma procedencia--al poco tiempo se había convertido en un maestro de la sátira política y un  dolor de cabeza “para la farsa de la Quinta República y la megalomanía de De Gaulle, con sus blancos favoritos: Argelia y Cuba, sus pendones de guerra..”
Disculpen que me haya extendido en la presentación sin ir al pollo del arroz con pollo, o sea el libro, que bajo el título de “El verdadero CUENTO del Tío Sam” narra la historia de ese Gigante de las Siete Leguas, desde su nacimiento en las Trece Colonias hasta la numerosa neocolonización de sus vecinos, empezando por los más cercanos pieles rojas y el resto de inmigrantes e indocumentados después, hasta adentrarnos en la Guerra Fría. Para entonces no se había calentado tanto, pues vino cogiendo vapor después—entre otras cosas—debido al terrorismo mediático y el calentamiento global.
El volumen cuenta con alrededor de cincuenta dibujos satíricos y mudos de Siné—como se diría en Francia, sans parole-- apoyados en breves pero punzantes frases  del escritor argentino, traducidas a tres idiomas, --todos oficiales--para que en la ONU y su selectivo Consejo de Seguridad se den por enterados.
(Dibujo 1)…Hace muchos años, los Padres Peregrinos llegaron al Norte de América con la biblia en una mano y el fusil en la otra, para predicar a los indios la excelencia de la república, para arrasar  con los demonios y las brujas, y para fundar el Paraíso Terrenal.
(DIBUJO 2)…Y ésta es la historia verdadera, señoras y señores, del gigante que envejeció siendo niño y tuvo aterrada a la humanidad durante su adolescencia, debiendo considerarse apócrifas todas las historias de los juglares y pendolistas que lo presentan como el  Primero de los Caballeros de Industria o como el Último de los Mohicanos.
Para que no crean el cuento de ese Tío, hubiésemos querido reproducirlas todas, pero por razones de espacio, sólo hemos copiado  la portada, la primera viñeta y la última, con sus respectivas muletillas verbales, en una especie de entrante al plato fuerte que nos ofreció en sus cien páginas esa edición de la Casa de las Américas.
Según explicamos al principio, este cuento del Tío tiene ya cincuenta años de publicado y sin embargo, hay quienes se lo tragan todavía. ¡Allá ellos! ¡Que les aproveche!

Tula en pasaje a lo desconocido
Si en este 2013 aún quedan rezagos del machismo y la discriminación de todo tipo, a pesar de las luchas y los avances sociales obtenidos en nuestro continente y el mundo. ¿Qué podríamos pensar a mediados del siglo XIX en una colonia española con los atavismos étnicos, religiosos y de género, inherentes al sistema?
De ahí que el caso de Gertrudis Gómez de Avellaneda, aunque no el único en nuestro país, resulte sorprendente por sus implicaciones culturales, sociales y familiares.
Me explico: Cuando el sacerdote Ceferino de Silva ofició con esos nombres sus funerales el 1º de enero de 1868, en Santa María del Puerto de Príncipe, su ciudad natal—hoy Camagüey--la conocidísima Tula disfrutaba de su bien ganada fama como poeta, novelista, dramaturga y periodista en España; donde fallecería cinco años más tarde, el 1º. De febrero de 1873, es decir hace exactamente 140 años.
No se trata de un guión truculento, sino de circunstancias atípicas esbozadas en el título del trabajo según nos cuenta el historiador camagüeyano Silvio Betancourt Agramonte.
Resulta que eran hermanas: La mayor de ellas –también con cinco años de diferencia—vino al mundo el 2 de mayo de 1809 producto de relaciones extramatrimoniales entre Don Manuel de Avellaneda Taboada, Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y Comandante de Marina con María Soledad Cisneros; y así consta en la partida de bautismo suscrita en la parroquia de la Soledad por el presbítero José Antonio Machado, calificando a la niña María Gertrudis Anastasia como hija natural del distinguido camagüeyano.
No ocurrió lo mismo con su hermana menor Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula), hija de matrimonio formalmente legalizado y bautizada el 23 de marzo de 1814. La confusión se produce porque–la mayor--solo utilizaba el segundo de sus tres nombres—Gertrudis—y así se dio a conocer públicamente coincidiendo con su medio-hermana.
Se mantuvieron magníficas relaciones entre ellas a pesar de la distancia, lo cual se corrobora en el testamento de Tula suscrito en 1864, cuatro años después de haber sido coronada por su obra cultural en el Teatro Tacón de La Habana y cuatro años antes del fallecimiento de su hermana lo cual apuntamos al principio de este trabajo.
Pero volvamos a nuestra inolvidable Gertrudis Gómez de Avellaneda, conocida entre familiares y amigos como Tula. Fue y aún es recordada como una  de las voces más altas de la literatura hispanoamericana en el siglo XIX y el recuento de sus éxitos haría interminable este trabajo, alejándonos del nuestro objetivo que es, colocarla en tiempo y espacio como un caso excepcionalmente curioso.
Por lo visto en cuanto a la familia Avellaneda, no se daban las situaciones conflictivas que generalmente motivaban dramas y novelas decimonónicas y que los actuales culebrones televisivos explotan hasta el aburrimiento bajo el eufemismo de melodramas.
El éxito de “El Derecho de Nacer” original de nuestro Félix B. Caignet fue, sin lugar a dudas, el detonante cosmopolita de tanta copia al papel carbón, donde se repiten los “bastardos” brasileños, los “concubinatos” argentinos, y otras tantas latinoamericanas “cornadas que da la vida”, totalmente desfasadas en la actualidad, pero que todavía hacen suspirar a millones y llorar a otros tantos.
Pero hay algo más que agregar en este caso:
A mi no me lo crean, pero según testimonios orales no confirmados por el acucioso investigador Silvio Betancourt Agramonte y dados a conocer hace algún tiempo en la revista MUJERES por el colega Adolfo Silva Silva de la AIN, todo parece indicar que Don Manuel—el apasionado padre de ambas—tuvo otros amores considerados ilícitos, incestuosos o pecaminosos para la época y como consecuencia hubo una tercera niña de la cuál no se añaden datos de su nacimiento ni documentos oficiales, sólo que era mulata.
Los remito pues al comienzo para que al final—como diría Taladrid —saquen ustedes sus propias conclusiones.

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