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28 sept 2013

EL ARTE DE TOCAR Y NO SER TOCADO



La esgrima es el más elegante, de todos los deportes de combate, a tal punto que es conocido como el arte de tocar sin ser tocado.Pero no siempre fue así: Recordemos al  “Capitán Blood,  en el cine de barrio, cuando los “fiñes” nos alborotábamos con los duelos a espada, y los “malos” tocados a fondo por Errol Flynn manaban chorros de sangre negra.
En la vida real la cosa fue mucho más punzante y cruel: La conquista del Nuevo Mundo se hizo por la cruz y a punta de espada, dando lugar a la primera gran limpieza étnica de los pueblos originarios del Caribe.
Como consecuencia fueron importados esclavos de África para substituir la fuerza de trabajo, junto con encomiendas credos y costumbres machistas de Europa.
El espadachín hidalgo se convierte en un personaje popular y de ellos, los más hábiles y mujeriegos tuvieron mejores oportunidades, pues en aquellos tiempos el honor sólo podía lavarse con sangre. ¡Cuántos cornudos lo perdieron en la cama primero y en un duelo a muerte después!
Aquellos primitivos lances amorosos se fueron trasladando al campo de la política, de ahí que en tiempos de “gorriones y bijiritas” eran frecuentes los duelos entre integristas y separatistas.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX surgieron en La Habana salas de esgrima, siendo lógicamente el Casino Español la primera de ellas, aunque debutara como director, un italiano y lo sustituyera después un francés.
Las cosas cambiaron cuando las armas blancas fueron sustituidas por las de fuego, dando lugar a combates menos gallardos y más ruidosos, pero igualmente mortales.
Ya entrado el siglo XX el diferendo se disputaba entre liberales y conservadores dentro de ciertas normas éticas, aunque a veces eran violadas al se contratarse expertos tiradores para provocar el duelo y de esta forma eliminar a potenciales enemigos, siguiendo la fórmula hoy tan en moda de que…¡El que me haga sombra se va!
En ese cachumbambé político de la pseudorrepública, la práctica de la esgrima estuvo limitada a las llamadas “clases altas”. Es en ese marco histórico que se destaca la hazaña de un niño cubano, al ganar los titulares de la prensa: Su nombre Ramón Fonst.
Nacido un 31 de agosto de 1883, vivió parte de su niñez en Francia y con sólo once años ganó allí el campeonato nacional de florete.
A los diecisiete demostró que aquello no había sido un golpe de suerte sino de pericia, constancia y voluntad, al ceñirse la Medalla de Oro en la categoría de espada durante los Segundos Juegos Olímpicos de la Era Moderna. París, 1900. Fue además, el primer latinoamericano en obtenerlo.
Dotado de excepcionales cualidades: Zurdo, de largas extremidades, con rápidos reflejos y una elasticidad felina, Ramoncito desde muy joven, revolucionó el arte de la esgrima imponiendo nuevos estilos.
Cuatro años más tarde, ya en La Habana, le tocó acompañar a otro grande del deporte cubano a la Olimpiada de Saint Louis, EE.UU., nada menos que el Andarín Carvajal, quien iba ganando la maratón por amplio margen hasta que, ocurrió algo inesperado y perdió la punta quedando fuera de medallas, de ahí que pasara a la historia de los Juegos Olímpicos como Félix el IV, Rey sin corona.
Todo lo contrario ocurrió con Fonst, quien se llenó de gloria al conquistar cinco medallas de oro; tres de ellas en individuales y dos por equipo.
Durante los Juegos Deportivos Centroamericanos de México en 1926 el hábil espadachín triunfó en las tres armas y diez años más tarde en los de Panamá, el ganador del evento Izoca, hizo entrega de su medalla a Fonst por considerar que no podía ganarle al cubano.
Yo nací en 1930, por tanto tampoco fui testigo de su portentosa hazaña ese año en una competencia celebrada en La Habana, --tal vez los II Centroamericanos celebrados en la “Tropical”-- pero los que la vieron me contaron, que se enfrentó a sus rivales en 25 asaltos sin ser tocado por ninguno.
El también titulado “Nunca segundo”, falleció en La Habana el 10 de septiembre de 1959, a pocos meses del triunfo revolucionario, por tanto ese fue el legado del maestro a las nuevas generaciones de esgrimistas cubanos surgidos bajo la premisa del deporte como derecho del pueblo. Por tanto, el arma dejó de ser elitista para que todos pudiéramos practicarla inspirados en su ejemplo.
No existe mejor exponente que aquel equipo de esgrima juvenil, el cual acaparó todas las medallas de oro en el Campeonato Centroamericano y del Caribe  de ese deporte, celebrado en Venezuela, en octubre de 1976. La cobardía de nuestros irreconciliables enemigos al ejecutar la voladura del avión de Cubana donde volvían a la patria invictos, convirtió a nuestros Héroes de Venezuela en los Mártires de Barbados.
El inolvidable crimen fue un estímulo más para el espíritu combativo de los atletas cubanos que lograron convertir los años setenta y ochenta del pasado siglo en la Edad de Oro de la esgrima criolla.
Antiguamente el atleta con dinero pedía a la Federación que lo incluyeran en la lista de participantes y los gastos de la Olimpiada corrían por su cuenta.
Hoy la cosa es diferente: Para lograr la clasificación los esgrimistas inscriptos deben vencer en los topes previos de confrontación convocados por la Federación Internacional.
Nuestra ausencia en el último cuatrienio a esos enfrentamientos por causas diversas, nos dejaron fuera de Londres 2012, pero se conocen las deficiencias y se trabaja intensamente en este ciclo olímpico por darle a la esgrima y a la sede histórica de PABEXPO su antiguo esplendor; mejorar la técnica y la práctica en los entrenamientos, acorde a los nuevos tiempos; pero sobre todo…Topar, topar y topar… Y si es con los más destacados del área y del mundo, mucho mejor. Todo ello rumbo a la cita olímpica de Río 2016.
Sea éste pues, un modesto homenaje a Fonst, quien a 130 años de su natalicio, sigue siendo el más genuino representante del virtuosismo en la práctica de la esgrima, expresado en nuestro título:”El arte de tocar sin ser tocado”.

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